0
viernes, 31 de julio de 2009 Post By: Universitarios con una Misión

Escucha, aprende, obedece...

Toda vez que Dios tiene un plan para cada uno, debemos adquirir la habilidad necesaria para conocer y cumplir ese plan. Deuteronomio 31.12; Mateo 11.29; Hechos 5.20; Jeremías 42.6

Toda vez que Dios tiene un plan para cada uno, debemos adquirir la habilidad necesaria para conocer y cumplir ese plan. Hemos sugerido que cuando nos pongamos a orar debemos asumir tres actitudes: “Escuchar, aprender, obedecer”. Algunos de nosotros escuchamos, pero no aprendemos, y otros aprendemos, pero no obedecemos. El cristiano debe escuchar, aprender y obedecer.

Si no se acerca a Dios asumiendo estas tres actitudes, muy pronto dejará de tener qué escuchar, qué aprender y qué obedecer. La voz guardará silencio. En el mismo grado que nosotros escuchemos, aprendamos y obedezcamos se dejará oír esa voz.

Si no tenemos ese sentido de ser guiados que acompaña a la Voz, seguramente que no se nos ha dado por dos razones: o no estamos preparados, o no tenemos voluntad para recibirlo. El sentido de dirección no viene a nosotros nada más porque sí. Es el resultado de nuestra disposición para ser dirigidos.

El radio no capta al acaso las ondas que deseamos escuchar; necesitamos sincronizarlo con ellas. La receptividad es necesaria para la percepción, no percibimos sino solamente lo que recibimos. La Psicología está de acuerdo con esto cuando explica la vida como una “instrumentación”.

Cuando el rey le dijo a Juana de Arco que él no había oído jamás la voz de Dios, ella le replicó: “Si quieres oír, debes primero escuchar”.

Muchos de nosotros no queremos escuchar a Dios, porque tememos que si nos revela su voluntad ésta será más o menos desagradable. El hecho de que algunos de nosotros hayamos cambiado el “Hágase tu voluntad” por “Soportaremos tu voluntad, indica que creemos que la voluntad de Dios es algo duro y molesto que los mortales debemos aceptar con un suspiro de resignación, como cuando muere un ser querido.

El ver la voluntad de Dios como algo desagradable debe cambiar en lo absoluto o no llegaremos a ninguna parte. Cristo nos enseña el modo de ver esa voluntad, cuando dice: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió”. Mi comida, mi alimento. La voluntad de Dios es alimento para todos nuestros tejidos, para nuestro cerebro, para todo lo que es bueno para nosotros. Mi voluntad es mi veneno cuando se pone en conflicto con la voluntad de Dios. Para quien vive de verdad, la voluntad de Dios es refuerzo, no restricción.

Perdóname, oh Dios, que he tardado tanto en abrir el paso a tu dirección. ¿Por qué había de tener mi ojo miedo a la luz? ¿Cuándo mi estomago siente hambre tengo miedo de comer? De la misma manera que no le tengo miedo al alimento no debo tener temor a tu voluntad. Quiero tener mi mente dispuesta a recibir todas tus sugestiones. Amén.

Tomado del libro: Vida en abundancia
E. Stanley Jones

Vía: Sigueme.net